La puerta de madera de hinojo y piel de piojo
Hace muchos, muchísimos años, en una pequeña aldea perdida entre montañas, vivía un matrimonio con un solo hijo. El padre era leñador, la madre cuidaba la casa y el muchacho guardaba las cabras.El chico, que era muy listo y que ya se iba haciendo un apuesto y guapo mozo, les dijo un buen día a sus padres:-Ya va siendo hora de que me marche a correr mundo, a descubrir nuevos horizontes y a buscarme una buena esposa.Su padre le contestó:-Bien, comprendo que es justo lo que me pides, pero ya sabes que somos pobres y que no podemos darte gran cosa para el viaje. De todos modos, venderemos una cabra y podrás llevarte el dinero que nos den por ella.Pasados unos días, la madre le preparó las alforjas con una hogaza de pan, un queso, alguna ropa y el dinero que habían recibido de la cabra, y el muchacho se despidió de sus padres y se puso en camino con el entusiasmo de la juventud.Por aquel tiempo, la hija del rey Sabino “el Grande” se encontraba en edad de contraer matrimonio y el rey, que quería muchísimo a su preciosa hija, no encontraba a nadie con los méritos suficientes para ser su esposo. Se le ocurrió entonces una idea genial a su primer ministro: prepararía una adivinanza muy difícil y el que la acertara se convertiría en prometido de la princesa.Un día que el ministro se encontraba paseando por uno de los barrios pobres del reino, vio cómo un anciano se despiojaba sentado al sol. Se acercó a él, le pidió un piojo y lo guardó en una cajita, después se lo llevó al palacio y allí lo estuvo alimentando durante varios meses. Al mismo tiempo, plantó en el jardín un esqueje de hinojo que, lo mismo que el piojo, crecía y crecía sin parar hasta que se convirtió en un hermoso árbol.Cuando consideró que había llegado el momento, cortó el árbol de hinojo y con su madera construyó una puerta, luego mandó matar al piojo y con la piel forró la puerta, que quedó instalada a la entrada del palacio.Hecho esto, el rey publicó un bando donde decía:
AQUEL QUE ACIERTE DE QUÉ MADERA ESTÁ HECHA LA PUERTA Y A QUÉ ANIMAL PERTENECE LA PIEL QUE LA RECUBRE, SEA RICO O POBRE, SE CASARÁ CON LA PRINCESA
Empezaron a desfilar por allí todos los príncipes y nobles casaderos de los reinos vecinos, pero ninguno fue capaz de adivinar de qué madera y de qué animal procedía aquella puerta.Mientras tanto, nuestro amigo el cabrero seguía recorriendo el mundo hasta que un día se paró junto a una fuente para descansar un rato. Allí se encontró con un hombre arrodillado en el suelo, inmóvil y con el oído pegado a una piedra.-Amigo, llevo un gran rato observándolo y me pregunto qué estará haciendo usted en esa postura tan incómoda.-Pues, aunque no lo creas, estoy escuchando lo que pasa en la corte, porque yo poseo la facultad de oír lo que ocurre en cien kilómetros a la redonda, y estoy admirando oyendo el gran alboroto que hay con la boda de la princesa.-¡Hombre, pues es buena esa cualidad que tiene! ¿Cómo se llama usted?-Me llaman Escucha Escuchaira.-Bien –dijo el muchacho-, como llevamos el mismo camino iremos juntos, ¿le parece?Aceptó el hombrecillo y después de comer prosiguieron el camino. Amenizaban el tiempo contándose sus respectivas andanzas por la vida, pero he aquí que tropezaron con un individuo extremadamente delgado y alto que apuntaba con su escopeta hacia arriba.-Buenas tardes, amigo, ¿a qué apunta usted con tanto interés? Porque por más que miramos no vemos ningún blanco.Y el hombre alto contestó:-Si son tan amables de acompañarme a fumar un cigarro lo comprobarán.Efectivamente, se sentaron en la hierba a saborear el cigarro cuando de pronto cayó a sus pies un gran pájaro herido.-Si no lo veo no lo creo –dijo el muchacho.-Sí señor –aclaró aquel singular personaje-, tengo la vista tan larga y mi puntería es tan certera que jamás fallo un disparo.-¿Y cómo se llama usted, amigo?-Mi nombre es Apunta Apuntaira.-Bueno, pues si quiere acompañarnos seremos tres que caminaremos juntos y nos ayudaremos mutuamente.Se les hizo de noche, durmieron al raso bajo las estrellas y al amanecer del nuevo día emprendieron de nuevo la marcha. Camina que camina, cruzaron una aldea y tropezaron con un enorme gentío aglomerado en la plaza central.-¿Qué ocurre aquí? –preguntaron a un anciano que parecía una autoridad.-Se trata de desviar un río que cruza la aldea porque durante el invierno crece tanto que pone en peligro viviendas y animales.¿Y qué hace ese hombre casi gigante en medio del río?-Oh, ese es el magnífico Sorbe Sorbaira, capaz de comer y beber más que nadie en el mundo.-Interesante –dijo el muchacho-, podríamos proponerle que se asociara con nosotros, ¿no os parece?-Muy bien –contestaron a la vez Escucha y Apunta. Y así lo hicieron.A Sorbe le agradó la idea de unirse al grupo. Reemprendieron su camino cuando oyeron que alguien los llamaba con insistencia.-¿Es a nosotros? –preguntaron los cuatro.-Sí, he oído que vais a la corte. Yo voy también para allá y si no tenéis inconveniente os podría acompañar e incluso os ayudaría a llegar antes.-¿Es que conoces algún atajo?-No, es que yo soy Anda Arandaira y puedo avanzar diez leguas en cada paso que doy, os puedo cargar sobre mis espaldas y así ahorraríamos mucho tiempo.De este modo, montados sobre Anda Arandaira se plantaron en dos zancadas en la capital del reino. Se hospedaron en una posada en las afueras porque fue lo más barato que encontraron, pero se acomodaron lo mejor que pudieron.En la corte había mucha animación, ocasionada por todos los que acudían a acertar las adivinanzas propuestas por el rey para casar a su hija. Pero, de momento, príncipes y nobles de todo el mundo habían acudido y habían fracasado. Tanto es así que el rey extendió la oferta a todos los hombres, pobres o ricos, paisanos o extranjeros, jóvenes o viejos, a cualquiera que fuera capaz de acertar la difícil adivinanza.A la hora de cenar estaban nuestros amigos reunidos en la posada cuando de pronto, Escucha Escuchaira, que tenía la oreja junto a la pared, los mandó callar porque le estaban llegando noticias interesantísimas. El primer ministro le estaba diciendo al rey que nadie acertaría jamás que la puerta estaba construida con madera de hinojo y recubierta con la piel de un piojo.En aquel momento, todos vaciaron sus bolsillos para ver si podían reunir dinero suficiente para comprarle un traje al muchacho. Así se presentaría bien vestido para acertar la adivinanza.Al día siguiente, muy temprano y vestido con sus mejores galas, se presentó el joven y apuesto galán en la puerta del palacio. Los guardias y cortesanos se burlaban de él, pero no tuvieron más remedio que darle las tres oportunidades que tenían todos los aspirantes.-A ver, si eres tan listo, dinos de qué madera es esta puerta.El muchacho, con mucha parsimonia, les contestó:-¿Será de... roble?Todos se reían a carcajadas.-¿Será entonces de pino?-Ja, ja, ja, tampoco.-Pues entonces será de... ¡hinojo!-¡Oooohhh!Aquella respuesta los dejó a todos boquiabiertos.-Bueno, bueno, es verdad, es de hinojo, pero nunca podrás acertar de qué animal es la piel que la recubre.Y el muchacho, haciendo como que reconocía la puerta y pensaba, les dijo:-Me parece, me parece que se trata de la piel de un piojo.El rey, muy descontento porque no estaba dispuesto a casar a su adorada hija con un campesino por muy listo que pareciera, le impuso tres condiciones que tendría que cumplir antes de convertirse en su yerno. La primera era que tendría que competir con el arquero del reino. Lanzaría cada uno una flecha y ganaría el que consiguiera mandar a mayor distancia. Menos mal que podía dispararla el interesado o cualquier persona que lo representara.-No te preocupes, tú vienes conmigo y yo lanzaré la flecha –le aconsejó Apunta. Efectivamente, Apuntaira disparó con su arco y la flecha cayó diez veces más lejos que la del arquero real.La segunda prueba consistía en ganar una carrera. El andarín del reino era un negro que corría como el viento y por el muchacho correría Anda Arandaira. Dieron la señal de salida y el negrito partió como un rayo mientras que Arandaira sólo levantó un pie. Todos se reían, pero cuando el negrito iba llegando a la meta, Arandaira dio el paso y ganó la carrera.-Bien, bien –decía el rey mientras paseaba como una fiera enjaulada-. Ahora viene la tercera condición y esta sí que no podrás ganarla.Tendrían que comerse un cordero asado, una canasta de bollos, diez litros de vino y treinta melones.-Ja, ja, ja –reía Sorbe Sorbaira-. Eso para mí sólo es un aperitivo.Se presentó Tragaldabas, que, como su nombre indica, tragaba sin medida. Se comió el cordero, los bollos y el vino, pero cuando llevaba seis melones se tiró al suelo y dijo:-Ya no puedo más.Entonces empezó Sorbe Sorbaira y en menos que canta un gallo acabó con todo y pidió más. En aquel instante el rey dijo:-Basta, me doy por vencido. Reconozco que un hombre que dispone de tan magníficos colaboradores gobernará mi Estado con sabiduría y hará a la princesa muy feliz.El joven mandó llamar a sus padres, que ya estaban muy ancianitos. Se celebraron las bodas, que duraron varios meses de fiestas y banquetes donde todo el pueblo comió, bailó y se divirtió de lo lindo. Todos vivieron en paz, fueron felices y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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